sábado, 5 de julio de 2008

Fantasías desordenadas

Tanto me gusta que tenga que escribir deletreando mi nombre cada vez que ‘bajo mi permiso’ crea en este espacio…
Y después, después te olvidas de él. Y unos ojos grandes, tristes, serenos, maduros, cansados, misteriosos y a primera vista buenos, te cambian la vida. Te la cambian aquél día, si más no. Porque tu no esperabas ver a esos ojos. Y no es solo que los ves sino que te ellos también te miran. Y recuerdas como era cuando alguna vez, por ahí, antes, te pasaba. Y lo mejor es lo que viene más adelante. Cuatro cosas mal dichas para darle algo de importancia. Y carisma. Y el carisma, se conoce. Y uno no puede renunciar al carisma, así, tan fácil, el carisma es el carisma.
Y luego, el rollo de la mente. La mente que hay detrás, la que hay delante, la mente que te reconoce. Hablo de reconocerse entre velas, copas, mesas de mezclas, gente, estrellas, cielo, música, encuentros, ático y cumpleaños (y que cumplas muchos más). Un reconocerse que podría (incluso debería) no escribirse aquí. Son silencios armónicos llevados en compañía. Tiempo atrás, quizás hubiera puesto cara de ilusión. Sin embargo, la edad, la maravillosa edad, me explica que es innecesario, que no vale pena. Y yo, me quedo más contenta, y a ellos les parece que soy dura de roer, altiva, pedante o lo que sea. Y me marcho siempre digna, y procuro que entre risas. Y otra vez, otra vez nos hemos cruzado con un candidato que, de ser menos como somos, hubiéramos tenido en cuenta. Es la vida… y la memoria. La memoria a veces es abominable. Pero estamos vivos, así que no nos vamos a quejar. (el ático tenía lo suyo, y si no recuerdo mal, había muchos otros ojos grandes… pero me interesaba más la conversación que tenía con una vieja amiga que iba (en el fondo) sobre la mirada de los ojos de los hombres que nos rodean. Habrá que pensar más en la nuestra.

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