sábado, 2 de junio de 2012




Algunos humanos nos enamoramos como romanos y de ahí que nuestra vida adquiera un sentido más común y de compartimiento.

Hay un hombre delante de una mujer que dirige una orquesta.

Hay un hombre delante de una mujer que entra en su salón y se acomoda.

Hay un hombre delante de una mujer que deja de lado cualquier contrato.

Hay un hombre delante de una mujer que mira hacia el infinito.

Hay un hombre delante de una mujer que mira por la ventana.

Hay un hombre delante de una mujer que siente ser el hombre.

Hay un hombre delante de una mujer que le mira.

Hay una mujer que ve al hombre.

Es un hombre. Un hombre. Un ‘ombre’.

La mujer se acerca y jamás da un paso hacia atrás. Aunque alguno en falso.

Se encuentran en la grada superior y ambos estaban soñando.

Soñaban en ser y estar juntos mientras el paisaje cambiaba a través de los años insistentes, inevitables y puntualmente molestos.

Soñaban despiertos.

Eran ellos.

Y mientras afuera sucedían los sucesos para presos. Sin ir muy lejos.



Ella le mira y dice: - me gusta que seas tú. Te deseo siempre. Seré para lo que estará. Gracias por cuidarme tanto.

Él se va.

Después saben que ya se está yendo la vida. Nuestra protagonista.



A mi edad, es fácil que empieces a situarte en el mundo con transigencia y menor pasión. Pero el afán es bravo y consistente. Que amanezca otra vez.

Volver a ser ellos dos. Descubriendo.